23
de febrero de 2003
EL
DOMINGO DEL HIJO PRÓDIGO
Cuando
partí en mi horrendo viaje, yo miserable, he perdido vanamente, la riqueza de
la gracia que Tú me has dado, Oh Salvador. Viviendo, pues, prodigando junto a
los malvados, la he malgastado en las malicias; Mas, al regresar, Oh Padre
Compasivo, ¡Acéptame, como el hijo pródigo, y sálvame!
“Exapostelarion”
Cuando descendiste a la muerte, oh Vida Inmortal, mataste
al Hades con el rayo de tu divinidad, y cuando levantaste a los muertos del
fondo del infierno, todos los poderes Celestiales clamaron: Oh dador de la vida,
Cristo nuestro Dios, gloria a ti.
Cuando me rebelé en contra de Tu paternal gloria, por insensatez e ignorancia, derroché en el pecado la riqueza que me diste. Por eso, clamo a Ti con la voz del Hijo Prodigo, diciendo: He pecado delante de Ti, oh Padre misericordioso, acéptame arrepentido como uno de Tus siervos.
LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS
(6:12-20)
Hermanos:
"Todo me es lícito"; mas no todo me conviene. "Todo me es lícito";
mas ¡no me dejaré dominar por nada! La comida para el vientre y el vientre
para la comida. Mas lo uno y lo otro
destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino
para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que
resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su
poder.
¿No
sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los
miembros de Cristo para hacerlos
miembros de prostituta? ¡De ningún modo!
¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo
con ella? Pues está dicho:
Los dos se harán una sola
carne. Mas el que se une al Señor,
se hace
un solo espíritu
con él.
¡Huid
de la fornicación! Todo pecado que comete
el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca
contra su
propio cuerpo.
¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
(15:11-32)
Dijo el Señor esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.’ Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
“Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.’ Y, levantándose, partió hacia su padre.
“Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.’ Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.’ Y comenzaron la fiesta.
“Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamado a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.’ Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’
“Pero él le dijo: ‘Hijo, tu siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse; porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.”
LA MISERICORDIA DE DIOS Y EL ARREPENTIMIENTO DEL HOMBRE
“Padre, ya no merezco ser llamado hijo tuyo...”
¡Cuán humillante es ver cómo el hombre da la espalda a
Dios para poder hacer su propia voluntad, para ir en busca de sí, creyendo
encontrar la felicidad y obtener solo vacío!, ¡abandonarlo todo a cambio de
nada!
Y esa es nuestra historia hoy y cada día: abandonamos la
casa del Padre, incursionamos en el camino de la corrupción buscando en vano
para satisfacer nuestras codicias, para saciar nuestra ilusoria hambre de nada;
solo gula, vanidad, egoísmo, y así nos alejamos cada vez más a un país
extranjero donde malgastamos toda nuestra herencia viviendo como libertinos.
Realmente no valoramos la Gracia, no nos damos cuenta de cuánto amor nos tiene
el Padre, de cuán grande es su Misericordia hacia nosotros; y despilfarramos Gracia
sobre gracia. Amamos todo en el mundo salvo a Cristo.
Después de vagar y vagar, de despojarnos de nuestra
hermosa vestidura real (aquella dada a través del bautismos), de quedarnos solo
con los harapos sucios, maltrechos..., llegamos al último escalón, al más frío
y lejano, al de la miseria, donde el hambre, la soledad, el frío y el hastío
son nuestro único cobijo. Hemos sido dominados por el amo despiadado que
nosotros mismos elegimos, nos hemos apartado del amor, del hogar paterno, hemos
construido nuestra propia desventura, desfigurando la imagen de hijos que teníamos;
perdiéndolo todo nos asemejamos a las bestias, que se dejan arrastrar por sus
propios instintos olvidando la dicha de morar siquiera un día en el atrio de
la casa de nuestro Dios, hasta desear compartir el alimento de los
cerdos...
El hijo pródigo del pasaje de hoy vuelve en sí y echa una mirada hacia el pasado. Un rayo de luz penetra en su alma. Se arrepiente, condena su vida de pecado, reconoce su decadencia y su miseria, y ve que tiene tan sólo un recurso: volver a Dios. Completamente humillado, con el rostro quemado por las lágrimas del arrepentimiento, y con el corazón quebrantado.
No obstante, se sintió indigno de ser llamado hijo. Su conciencia estaba perfectamente despierta, pero no le impidió ponerse en marcha y se dirigió hacia su padre, y ¿qué encontró? Un amor inefable, ¡el acto más grande de amor y de perdón que hubiera podido imaginar! Es hasta este momento que reconoce al Padre, que se reconoce como hijo, que se abandona de sí y se arroja a los brazos de Aquel que le ha amado desde siempre, que le ha esperado desde siempre, pese a sus miserias.
EL ICONOSTASIO
Una devoción pública común de hoy pretende mirar el santuario como un lugar independiente del templo; lugar distinto que enseña, por su santidad, la impureza de los laicos quienes se quedan afuera.
Este sentimiento hacia el altar, que es tanto nuevo como equivocado, se apoya en la interpretación del iconostasio como un pared que separa a los laicos del santo lugar. Al respeto, quiero hacer evidente lo que, muchos de los ortodoxos, ignoramos hoy: que el iconostasio fue construido no para separar sino para reunir:
El
icono es el producto de la comunión entre lo divino y lo humano, entre lo
terrestre y lo celestial; se mantiene, en su esencia, como imagen de la
encarnación. Y la segunda meta de construir el iconostasio es presentar la casa
de oración como “el cielo en la tierra”. Y el iconostasio, como se deduce
de su nombre, es portar estos
iconos.
Toda
la iglesia está consagrada a Dios;
en el servicio de consagración de la iglesia, el obispo unge cada parte del
templo, incluso el santuario, con la santa mirra.
El
objeto es presentar a la iglesia como el lugar de
reunión de la asamblea; la unión del mundo visible con el invisible;
signo de la nueva creación. Los santos presentes en sus iconos participan con
la oración de la asamblea, así que la Iglesia entera, coros de profetas, mártires
y santos, sacerdotes y laicos, se dirige subiendo hacia el cielo donde Cristo
ofrece y se ofrece en su santo altar.