4 de mayo de 2003

 

1er. DOMINGO DESPUES DE PASCUA

 DEL APÓSTOL TOMÁS

(EL DOMINGO NUEVO) 

 

“Hoy la primavera exhala su perfume y la nueva creación se regocija. Hoy los cerrojos de las puertas se quitan junto con la desconfianza del querido Tomás que exclama: “Tú eres Señor mío y Dios mío.”

(Exapostolarion)

TROPARIOS

Tropario de la fiesta (Tono 7)

Oh Cristo nuestro Dios, estando sellado el sepulcro, de él saliste esplendoroso, oh Vida. Y mientras las puertas estaban cerradas, viniste a los discípulos, oh Resurrección de todos y por ellos, nos renovaste a nosotros con el Recto Espíritu según tu gran misericordia.

 Kondakion de la Resurrección (Tono 8)

      Aunque descendiste al Sepulcro, oh inmortal, destruiste el poder del hades y resucitaste como vencedor, ¡oh Cristo Dios! dijiste a las mujeres Mirróforas: "¡Regocíjense!" y a tus discípulos otorgaste la paz, ¡tú que  concedes  la resurrección a los caídos!

LECTURA DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES

(5,12-20)

En aquellos días: Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales  y prodigios en el pueblo...

Y solían estar todos con  un mismo espíritu en el pórtico de Salomón, pero nadie de los otros se atrevía a juntarse a ellos, aunque el pueblo hablaba de ellos con elogio.  Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una multitud de hombres y mujeres.

...hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos.  También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén  trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados.

Entonces se levantó el Sumo Sacerdote, y todos los suyos, los de la secta de los saduceos, y llenos de envidia, echaron mano a los apóstoles y les metieron en la cárcel pública.  Pero el Ángel del Señor, por la noche, abrió las puertas de la prisión, les sacó y les dijo: “Id, presentaos en el Templo y decid al pueblo todo lo referente a esta Vida”.

EVANGELIO SEGÚN AN JUAN

(20, 19-31)

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros.”  Dicho esto, les mostró las manos y el costado.  Los discípulos se alegraron de ver al Señor.  Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”.  Como el Padre me envió, también yo os envió.”

Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo.  A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.  Los otros dos discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.”  Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.” 

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos  dentro y Tomás con ellos.  Se presentó Jesús en medio  estando las puertas cerradas, y dijo: “La paz con vosotros.”  Luego dice a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.”  Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío.”  Dícele Jesús: “Porque me has visto has creído.  Dichosos los que no han visto y han creído.”

Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro.  Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

!LA PAZ CON VOSOTROS!

Si el sólo anuncio de la pasión y muerte del Señor, que escuchaban de Él mismo, desconcertaba seriamente a los discípulos provocándoles reacciones que iban desde la incredulidad llana hasta la no aceptación decidida de semejante profecía, cuando los acontecimientos se desencadenaron y no hacían sino confirmar el cumplimiento cabal de las Escrituras, ciertamente que la incertidumbre se acentuó aún más y el temor y la aflicción hicieron presa fácil de los discípulos. En efecto, la confusión e impotencia ocasionados por la traición de Judas y el arresto de Jesús; la dispersión temerosa de los seguidores más cercanos así como el dolor y la desesperación posteriores debidos al sufrimiento y crucifixión del Señor, sin duda que oscurecieron  más la comprensión de los sucesos. Así, María Magdalena al ver la piedra removida del sepulcro, temió que los judíos se hubieran llevado el cuerpo santísimo, como si lo incontenible pudiera ser contenido por una roca; Simón Pedro y Juan quedaron sorprendidos ante la tumba vacía y al ver las vendas en el suelo y el sudario en un lugar a parte, como si la muerte pudiera poner término a la Vida; el apóstol Tomás, llamado el mellizo, dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”, como si lo eterno pudiera ser sometido por lo temporal.

Pero la perplejidad duró sólo hasta el atardecer de aquél glorioso tercer día en el que Jesús se presentó en medio de sus discípulos diciéndoles: “La Paz con vosotros” y les mostró después las manos y su costado.

Los discípulos, nos dice el  Evangelio, se alegraron de ver al Señor. Antes de su muerte les había enseñado: “también vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”(Jn. 16:27). Ahora les cumplía aquella promesa, los confortaba con  su paz, fortalecía la fe y ahuyentaba de ellos falsos temores y dudas. Todo ello como preparación para recibir el soplo de Vida, el principio de la nueva creación: el Espíritu Santo y poder así cumplir su mandatos:  “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” y  “no seas incrédulo sino creyente”.

Descubramos junto con los discípulos que la tumba de Jesús está vacía, que él resucitó, que vive entre nosotros y en nosotros hasta el fin de los tiempos y exclamemos con toda la iglesia a una sola voz:¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!

LA GRAN ENTRADA

En la entrada, llamada grande, el clero sale del santuario llevando las ofrendas de la comunidad -el sacerdote lleva el cáliz de vino, y el diácono, el disco del pan- y las trasladan de la proscomidia (el lugar donde se prepara la ofrenda) hacia el altar, donde se celebrará la mesa celestial.

Durante los maitines, el sacerdote prepara la prósfora (la ofrenda): corta el pan adecuadamente, derrama el vino recitando oraciones propias, y conmemora   a toda la iglesia triunfal (mártires, justos, profetas, santos obispos, ángeles...), y luchadora (obispo, sacerdotes y pueblo, muertos y vivos). Es la presencia de toda la Iglesia ante Dios. No se refiere, con esta conmemoración, a pedir beneficios o peticiones a favor de los recordados, sino a ofrecer nuestras vidas como miembros de la única y eterna ofrenda de Cristo: “que se sacrifiquen a ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios.” (Rom.12,1)

“De todos vosotros, que el Señor Dios se acuerde en su reino eternamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.” Ésta es la exclamación que el sacerdote dirá mientras traslada las ofrendas desde la proscomidia, hacia el altar en una procesión entre el pueblo para entregarlas al obispo, y, por él, Dios las recibirá en su altar: es un movimiento litúrgico que expresa que la ofrenda de cada quien de nosotros se incluye ahora en la ofrenda de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, del cual somos los miembros.

 Y al poner las ofrendas en el altar dice el obispo una oración: “Oh  Señor, Dios Todopoderoso y  solo  Santo, Quien  aceptas el sacrificio de alabanza de los que te invocan con  todo corazón, acepta también la súplica de nosotros, pecadores, y admítela sobre tu Santo Altar...”