25
de mayo 2003
4° DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA
DE LA SAMARITANA
“Oh Salvador Todopoderoso
que hiciste brotar agua a los hebreos de una roca muda, al llegar a la tierra
de Samaría hablaste con una mujer pidiéndole agua para beber, así la
atrajiste hacia la fe en Ti, y ahora ha alcanzado la vida eterna en los
cielos.”
(Exapostolarion)
TROPARIOS
Las discípulas del Señor aprendieron del Ángel el
alegre anuncio de la Resurrección, y la sentencia ancestral rechazaron y se
dirigieron con orgullo a los apóstoles diciendo: ¡Fue aprisionada la muerte,
Resucitó Cristo Dios y concedió al mundo la gran misericordia!
Aunque descendiste al Sepulcro, oh inmortal, destruiste el poder del hades y resucitaste como vencedor, ¡oh Cristo Dios! dijiste a las mujeres Mirróforas: "¡Regocíjense!" y a tus discípulos otorgaste la paz, ¡tú que concedes la resurrección a los caídos!
LECTURA DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES
(11,19-30)
En
aquellos días: Los apóstoles que se habían dispersado cuando la tribulación
originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre
y Antioquía, sin predicar la Palabra a nadie más que a los judíos.
Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, venidos a
Antioquía, hablaban también a los
griegos y les anunciaban la Buena Nueva del Señor Jesús.
La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió
la fe y se convirtió al Señor.
La
noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé
a Antioquía. Cuando llegó y vio
la gracia
de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme,
unidos al Señor, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe.
Y una considerable multitud se agregó al Señor.
Partió
para Tarso en busca de Saulo, y en cuanto le
encontró, le llevó a
Antioquía. Estuvieron juntos
durante un año entero en la Iglesia y adoctrinaron a una gran muchedumbre. En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos
recibieron el nombre de "cristianos."
Por aquellos días bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Ágabo, movido por el Espíritu, se levantó y profetizó que vendría una gran hambre sobre toda la tierra, la que hubo en tiempo de Claudio. Los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada uno, para los hermanos que vivían en Judea. Así lo hicieron y se los enviaron a los presbíteros por medio de Bernabé y de Saulo.
EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN
(4,5-42)
En aquel tiempo: Llega, pues, Jesús, a una ciudad de Samaria, llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: “Dame de beber.” Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer Samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?” (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)
Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.” Le dice la mujer: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?” Jesús le respondió: “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna.”
Le dice la mujer: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.” Él le dice: “Vete, llama tu marido y vuelve acá.” Respondió la mujer: “No tengo marido.” Jesús le dice: “Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad.” Le dice la mujer. “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.” Jesús le dice. “Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adoraran al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu y los que adoran deben adorar en espíritu y verdad.” Le dice la mujer: “Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga nos lo explicará todo.” Jesús le dice: “Yo Soy, el que te está hablando.” En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de que hablará con una mujer. Pero nadie le dijo: “¿Qué quieres?” O “¿Qué hablas con ella?” La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente. “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?” Salieron de la ciudad e iban donde él. Entre tanto, los discípulos le insistían diciendo. “Rabbí, come.” Pero él les dijo. “Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis.” Los discípulos se decían unos a otros. “¿Le habrá traído alguien de comer?” Les dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: Yo os he enviado a segar donde vosotros no habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga.”
Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que he hecho.” Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó ahí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: “Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.”
SI TODOS FUESEMOS SAMARITANOS
Del odios que había entre judíos y samaritanos, surge
un testimonio de amor y fe verdaderos en Cristo.
Aquella
mujer que dio de beber a Jesús en el pozo de Jacob, prefigura el anuncio,
culmen y misión de Cristo en la tierra.
El diálogo da pie a una serie de afirmaciones sobre el
Mesías y lo venidero, el Reino de Dios. La mujer samaritana, en su vida diaria
va y viene en su quehacer de traer agua, y sin embargo, nunca se detiene a
pensar en lo espiritual; su trabajo rutinario la mantiene en el plano de lo
terreno. Jesús, el Hijo de Dios se le presenta y dulcemente, a manera de súplica,
la cuestiona. Ella, absorta y, fuera de su rutina, responde a este
cuestionamiento con lo que ella es y tiene- “Tú eres judío y yo samaritana;
no nos llevamos”- Ella ha tenido siempre la Salvación en sus manos y no lo
sabía o, lo había olvidado, pero
la Verdad encarnada le mostró este tesoro oculto. Es entonces cuando sabe que
sus plegarias han sido escuchadas, la promesa ha sido cumplida, pero espera a
confirmar sus pensamientos por la Palabra de Aquel que la ha cuestionado.
El “agua viva” es Cristo mismo que se ofrece (a sí
mismo) al viajero que durante su paso por esta vida,(largo y rutinario trayecto)
busca el aliento, bienestar y salud del alma y cuerpo; aquietar la sed de paz,
amor y confianza.
El “agua viva” es el bautismo que quita la sed al
pecador; es frescor que apaga las llamas del pecado y sana las quemaduras que
desde antiguo (Adán y Eva) laceran el alma que, dolorida, ahora busca con buena
voluntad al Médico de todo.
Cristo Jesús, que es figura del pozo de donde mana el
“agua viva” (su costado) que purifica, limpia y revitaliza al que ha
esperado con fe y tesón al Cristo que, resucitando de entre los muertos, cumple
su promesa.
La
samaritana le pide de esa agua, pues sabe que no necesita más. Por su sola fe y
el ardor en su corazón, deja su cántaro ( su vida entera) y va a pregonar que
el Mesías ha llegado. ¡Cuanta dicha para esta venerable mujer,
que en pocas palabras entendió el Mensaje! ¡Dicha inmensa
para ella que, de inmediato fue a predicar al Cristo¡
Ella encontró la Salvación. Samaritana, mujer de un
pueblo aborrecido por los judíos, que, con su cántaro al hombro, llevaba agua
al Señor Jesús; ahora en su corazón porta
el “agua viva” y la derrama a los suyos, consiguiéndoles a ellos y a
nosotros la Salvación, la fe y la bienaventuranza.