30
de marzo 2003
3ER. DOMINGO DE LA GRAN CUARESMA
“Viendo,
hoy, la preciosa Cruz de Cristo, nos prosternamos ante ella con fe y alegría,
y abrasémosla con anhelo suplicando al Señor, que sobre ella fue crucificado
por su propia voluntad, que nos
haga dignos a todos los fieles de prosternarnos ante la venerable Cruz y de
llegar al día de la Resurrección, sin condena!”
(Exapostelarion)
Destruiste la muerte con tu cruz y abriste al ladrón el
Paraíso; a las Mirróforas los lamentos trocaste y a tus Apóstoles ordenaste
predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran
misericordia
Salva,
oh Señor a Tu pueblo y bendice Tu heredad; concede a los fieles la victoria
sobre el enemigo, y a los tuyos guarda por el poder de Tu Santa Cruz.
“Yo, Tu siervo, oh Madre de Dios, te canto el himno del triunfo, oh Guerrera y Defensora. Te presento mi agradecimiento, oh Salvadora en los apuros. Y como tú eres invencible, líbrame de los múltiples peligros, para que pueda exclamar: “Alégrate, oh Novia sin novio.”
CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS HEBREOS
(4,14- 5,6)
Hermanos:
Teniendo, pues, tal Sumo
Sacerdote que penetró los cielos -Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos
firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros,
excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de
gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para
una ayuda oportuna.
Porque
todo Sumo Sacerdote es tomado de entre
los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo
que se
refiere a
Dios para ofrecer
dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los
ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa
de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del
pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que
Aarón.
De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdote, sino que la tuvo de quien le dijo: "Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy." Como también dice en otro lugar: "Tú eres sacerdote para siempre a semejanza de Melquisedec.".
EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS
(8,34- 9,1)
Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.”
Les decía también: “Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.”
QUIEN QUIERA SALVAR SU VIDA, LA PERDERÁ
Hagamos un balance sobre nuestros principios: ¿qué consideramos ganancia? ¿Por qué y para qué vivimos? O más bien, ¿para Quién vivimos? Cada decisión que tomamos en la vida cosecha poco a poco los frutos que nos llevaran, o no, a la verdadera Vida, al verdadero conocimiento de Dios, a la Vida eterna. Es posible que algunos podamos ganarlo todo, todo lo que hemos decidido, todo lo que hemos querido tener, y según nuestros egoístas esquemas seamos felices, lo hayamos conseguido todo...; pero un día despertaremos repentinamente para descubrir que más bien ¡estamos vacíos!, ¡hartos de nada! Nuestra única posesión será nuestros caprichos, nuestro egoísmo, nuestra vanidad, nuestra avaricia, nuestra soberbia, nuestra incapacidad de amar, nuestros resentimientos y rencores, nuestra falta de perdón...
¿Qué valor tendrán las cosas materiales, fatuas y momentáneas; todo aquello que nos lleva a conquistar la vida presente, si más bien no nos ayudan a ganar lo que verdaderamente es eterno, a encontrar el verdadero Amor, a rebosar del verdadero Gozo, a llenarnos de la verdadera Paz? No es con el dinero, ni con las posesiones que podemos comprar el cielo, sanar un corazón dolido o animar a una persona que vive en soledad. No son nuestros miserables placeres los que sacian esa hambre constante que siente nuestro corazón; ni es nuestra mezquindad lo que nos conseguirá la felicidad.
El Evangelio nos pregunta hoy:
¿Qué puedes dar tú a cambio de tu vida? Todo lo que tenemos es en
definitiva una dádiva de Dios. Le debemos todo a Él, comenzando por
nuestra propia vida. Es posible darle a Dios nuestro dinero y enumerar un
sin fin de “cosas”; incluso hasta llegamos a exclamar hipócritamente; “te
lo entrego todo, Señor”, pero ¿dónde queda la verdadera entrega de nosotros
mismos, la renuncia de mi voluntad a cambio de la suya, la renuncia de mi
bienestar a cambio de lo que Él quiera darme, la renuncia de mi “yo” a
cambio de Él mismo?
La Cruz de Cristo es la corona de aquellos que “han luchado la buena lucha”, es el grito más perfecto de Amor que nos conduce a la victoria final y a la libertad total, a despojarnos absolutamente de todo, “yendo en pos de Él y negándonos a nosotros mismos”, libres de todo pecado y de la muerte. Solo miremos hacia Ella, y entreguemos nuestro corazón herido por nuestros propios pecados a Aquel que pese a todo ultraje, infamia y dolor sufrido por nosotros, aún allí manifestó la más grande, excelsa y hermosa muestra de amor y de perdón otorgándonos “Vida, y Vida en abundancia”.
ANTE TU CRUZ NOS PROSTERNAMOS
En este Día, el tercer Domingo de Cuaresma, festejamos la postración ante la preciosa y vivificadora Cruz. Pues a causa del ayuno, crucificando a nuestros deseos y pasiones, tal vez nos sentimos aburridos o negligentes. Por eso la Cruz se nos ofrece a nosotros para que nos dé entusiasmo y descanso. Unos caminantes atraviesan un camino escabroso, al cansarse se sientan abajo de un frondoso árbol, para descansar y, fortaleciéndose, completar lo que les falta. Así la vivificadora Cruz fue plantada por los santos Padres en medio de la Cuaresma para que nos conceda descanso y consuelo.
ALIMENTOS DE LA VIGILIA
Unos fieles preguntaron al anciano padre: “¿Padre, cuáles alimentos se nos permiten comer en la Cuaresma, y cuáles, no?”.
Él comprendió que su interés se dirigía hacia el tipo de alimento común y descuidaba el ayuno que sobrepasa los alimentos de vigilia, esto es, el espíritu del ayuno. Así que les contestó:
“la Iglesia recomienda, en esta temporada, comer tres tipos de alimento que Jesús ha mencionado en su Evangelio. Estos alimentos, que armonizan tanto con la temporada cuaresmal como con cada temporada de nuestra vida, son los siguientes:
1- Dijo el Señor: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt.4,4). Eso es el primer tipo. Sabemos que “toda palabra que sale de la boca de Dios” fue escrita en la Biblia. Por eso dedicamos a tomar lo escrito en la Biblia con anhelo.
2- Dijo el Señor: “mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn.4,34). Este segundo alimento, que es “hacer la voluntad de Dios Padre”, el mismo Jesús lo ha comido y, a nosotros que llevamos su nombre, nos ha enseñado a comerlo cada vez que clamamos desde el fondo del corazón: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Este comida consiste en obrar lo que hemos leído en la Biblia.
3- Dijo el Señor: “mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida, el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.” (Jn.6,55). El tercer tipo de alimento se encuentra en reunirnos como una familia para comulgar a quien hemos leído en la Biblia y tratado, con lucha, de obrar su voluntad.”