2de febrero de 2003

 

 LA PRESENTACIÓN DE

 N.S. JESUCRISTO EN EL ALTAR

 

 

“Cuando el Anciano fue traído por el Espíritu al Templo, recibió en sus brazos al Maestro de la Ley exclamando: “Despídeme ahora, en paz, de las ataduras de la carne, según Tu Palabra; Porque mis ojos han visto la revelación de la Luz a los Gentiles y la Salvación de Israel.”

“Exapostelarion”

TROPARIOS

Tropario de resurrección (Tono 7)

Destruiste la muerte con tu cruz y abriste al ladrón el Paraíso; a las Mirróforas los lamentos trocaste y a tus Apóstoles ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran misericordia.

Tropario de la fiesta (Tono 1)

Regocíjate, oh Llena de gracia, Virgen Madre de Dios; porque por ti resplandece el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios, Quien ilumina a los que han estado en las tinieblas.  Alégrate también tú, oh Justo Anciano, que recibiste en tus brazos al Redentor de nuestras almas, Quien nos otorga la Resurrección.

Kondakion (Tono 1)

Con Tu nacimiento, oh Cristo Dios, santificaste las entrañas de la Virgen, las manos de Simeón bendijiste debidamente y a nosotros, hoy, nos rescataste y salvaste.  Protege a Tus fieles con la paz en las guerras y ayuda a aquellos que amas, porque Tú eres el único Amante de la humanidad.

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS HEBREOS

(7:7.17)

Hermanos: Pues bien, es incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior. Y aquí, ciertamente, reciben el diezmo hombres mortales; pero allí, uno de quien se asegura que vive. Y, en cierto modo, hasta el mismo Leví, que percibe los diezmos, los pagó por medio de Abraham, pues ya estaba en las entrañas de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro.

Pues bien, si la perfección estuviera en poder del sacerdocio levítico –pues sobre él descansa la ley dada al pueblo- ¿qué necesidad había ya de que surgiera otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, y no “asemejanza de Aarón”? Porque, cambiado el sacerdocio, necesariamente se cambia la ley. Pues aquel de quien se dice estas cosas, pertenecía a otro tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Y es bien manifiesto que nuestro Señor procedía de Judá, y a esa tribu para nada se refirió Moisés al hablar del sacerdocio.

Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea, no por ley de prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida indestructible. De hecho, está atestiguado: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisadec.

EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS

(2:22-40)

En aquel tiempo: Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.

Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.  Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar a tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.”

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él.  Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.”

Había también una profetiza, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.  Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.  El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

AHORA, SEÑOR, DESPIDES A TU  SIERVO EN PAZ

Homilía de San Juan Crisóstomo

¡Que grande es el bien espiritual que alcanzó Simeón al llevar a Cristo en sus manos y abrazarlo. Este hombre, justo y piadoso, no ignoraba que aquel Niño era el redentor de Israel y su propio libertador.

Aquí, quiero mencionarles que si el hombre no lleva a Cristo abrazándolo, permanece encadenado e incapaz de romper sus grilletes. Pues, ese no es nada más el caso de Simeón, sino el de toda la humanidad. Si alguien desea salir de este mundo para ir hacia el Padre, libre de toda cadena, y de toda esclavitud, tiene que cargar a Cristo en sus manos, abrazándolo y, antes de todo, llevarlo en su corazón. Sólo entonces, se alegrará e irá donde anhele su corazón.

Hay que contemplar, también, la promesa que se había preparado al anciano Simeón para que se hiciera  digno de llevar a Cristo: primeramente él recibió del Espíritu Santo la certeza de que no moriría antes de ver al Salvador, y con ese fin entró al templo, no casualmente, sino guiado por el Espíritu Santo, y todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. (Rom.8:14)

Tú también, si deseas llevar a Cristo y abrazarlo, sé celoso y diligente en que el Espíritu Santo sea tu guía y conductor para entrar en el templo del Señor, el templo construido con piedras vivas (1Ped.2:5), es decir, la Iglesia. En aquel templo, y al haber sido guiado por el Espíritu, indudablemente verás al Cristo y lo abrazarás diciendo: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar a tu siervo que se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.”

LA PRESENTACIÓN DE N. S. JESUCRISTO EN EL TEMPLLO

(2 de febrero)

Esta fiesta que ya se celebraba en Jerusalén desde el cuarto siglo, tiene su base en el texto evangélico de San Lucas, capítulo segundo, versículos 22 al 38. Mientras en Antioquía se le llama “la Presentación en el templo” en griego,  se usa el título “Papantisis”, que significa “el Encuentro”.

En verdad, es el encuentro del Antiguo Testamento con el Nuevo. Cristo vino al templo sujeto a la Ley: “todo varón primogénito será consagrado al Señor” para poner fin a la ley; el antiguo templo se está inclinando ante el nuevo, pues el justo Simeón y la profetiza Ana representan al antiguo que tuvo como objeto guiar hacia el nuevo: “la ley ha sido nuestro pedagogo hacia Cristo, para ser justificados por la fe, mas una vez, llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo.” (Gal.3:24-25). Así un día Cristo dijo a los judíos “destruid este templo y en tres días lo levantaré”, y mientras ellos entendieron que hablaba del templo de Jerusalén, Él se refería al templo de su cuerpo.

Ya no tenemos “templo”, sino la Iglesia que es, según san Pablo, el cuerpo de Cristo; la Iglesia que es la reunión de los fieles como miembros del mismo cuerpo (1Cor.7:15), donde cada quien se ofrece a si mismo “como una víctima viva, santa, agradable a Dios” (Rom.12:1).

Así, la consagración del templo cristiano (la iglesia) viene de que en él se reúne la Iglesia, los miembros de Cristo. Los fines de las cosas definen su consagración, así, esta casa, donde nos reunimos formando la Iglesia de Cristo, es digna de que al entrar repitamos: “por la abundancia de tu misericordia, entro en tu Casa; y en tu santo templo me prosterno, lleno de tu temor.” (Sal.5:8).