30 de junio de 2002
EL
1ero. DOMINGO DES. DE PENTECOSTÉS
“Coronemos
con cánticos como, deudores obligados, al precursor y bautista a los apóstoles,
profetas y mártires; archisacerdotes, ascetas, ieromártires, mujeres amantes de Dios y a todos los justos junto con los
coros angélicos pidiendo que, por sus ruegos, alcancemos la gloria que han
obtenido, la gloria que brota de Cristo Salvador.
(Exapostolarion)
Descendiste de las alturas, oh Piadoso, y aceptaste el entierro de tres días para librarnos de los sufrimientos. Vida y Resurrección nuestra, oh Señor, gloria a ti.
Oh Cristo Dios nuestro, tu Iglesia está vestida de corona y púrpura por la sangre de tus mártires. Por quienes te ruega diciendo: envía tu piedad sobre tu pueblo, otorga la paz al mundo, y a nuestras almas la gran misericordia.
Oh Protectora de los cristianos indesairable; Mediadora, ante el Creador, irrechazable: no desprecies las súplicas de nosotros los pecadores, sino acude a auxiliarnos como bondadosa que eres ya que te invocamos con fe. Sé presta en intervenir y apresúrate con la súplica, oh Theotokos, que siempre proteges a los que te honran.
EPÍSTOLA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS HEBREOS
(11:33-40, 12:1-2)
Hermanos:
Los Santos (del Antiguo Testamento), por la fe, sometieron reinos, hicieron
justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones;
apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, curaron de sus
enfermedades, fueron valientes en la guerra,
rechazaron ejércitos extranjeros; las
mujeres recobraron resucitados a sus muertos.
Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una
resurrección mejor; otros soportaron burlas
y azotes, y hasta cadenas y prisiones; apedreados,
torturados, aserrados, muertos a espada; anduvieron errantes cubiertos de
pieles de ovejas y de cabras; faltos de todo; oprimidos y maltratados, ¡hombres
de los que no era digno el mundo!, errantes por
desiertos y montañas,
por cavernas y
antros de
la tierra. Y todos ellos,
aunque alabados por
su fe,
no consiguieron
el objeto
de las promesas. Dios tenía
ya dispuesto
algo mejor
para nosotros, de modo que no
llegaran ellos sin nosotros a la perfección.
Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús.
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
(10:32, 33, 37, 38 ;19:27-30)
Dijo el Señor a sus discípulos: “Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí.”
Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?” Jesús les dijo: “Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros.”
LA SANTIDAD Y LOS SANTOS
¿Qué es “el santo”?
Si hoy hacemos referencia a un santo, la gente piensa
automáticamente en un héroe de la fe difunto, quien complació a Dios y obtuvo
así el poder de hacer milagros. Si se le confiere este título a alguien vivo se le da en sentido
figurado alejando la gente de si misma la vida de santidad, como si fuera un
asunto que pertenece a los otros.
Los
libros del Nuevo Testamento nombran a los seguidores de Cristo como fieles, discípulos,
pero también los llaman “santos” (Hech 19:1; Fil 1:1; Ef 1:1, etc). Pues,
llamar a los fieles “santos” es una expresión
que indica al objeto de su vida y a la voluntad de Dios en ellos. La santidad es
la presencia del único Santo en nosotros. “porque nosotros somos santuario de
Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré
en medio de ellos y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo” (2Cor. 6:16).
LA
veneración a los Santos:
Los
primeros venerados por los cristianos fueron los mártires. Su restos se
conservaban cuidadosamente como tesoros preciosos, no necesariamente por su
poder milagroso sino por que estos fieles de Cristo lucharon la buena batalla e
imitaron la muerte del Señor. Porque no son los mártires los que viven en
ellos mismos, sino que es Cristo quien vive en ellos (Gal. 2:20). Una ves libre
la iglesia de las persecuciones, se empezó a venerar al coro entero de los
Santos que, aunque no habían derramado su sangre, día con día testimoniaban su
vida en el evangelio, en Cristo,
la
Intercesión de los Santos:
El concepto de la Iglesia sobre este punto está conectado con su comprensión de la muerte. Los fieles desde los primeros tiempos han acostumbrado orar los unos por los otros pidiendo la intercesión de los justos “la oración ferviente del justo tiene mucho poder”. Si la Iglesia nos enseña a pedir los ruegos de los justos vivos, cuanto más nos alienta a pedir las intercesiones de aquellos que ya han sido coronados con la victoria de la santidad. Pues, su muerte no ha sido más que un paso hacia la Vida. En las catacumbas romanas de los primeros siglos se encuentran testimonios como las siguientes oraciones: “Noria, seas bienaventurada y ruega por nosotros” y “Pedro y Pablo, rueguen por Víctor”.
Con la irrupción de la Iglesia en el ámbito pagano, y la entrada masiva de gentiles a las filas del cristianismo, algunas veces, la veneración a los santos se exageró, llegando estos a tomar el lugar de los dioses paganos. Esta situación se tradujo en una distanciamiento entre la teología y adoración cristiana por un lado y por el otro las prácticas cultuales de algunos grupos. Mas la Iglesia siempre conservó la transparencia de los santos: son lunas que reflejan la luz del Sol verdadero. Y esto es lo que ha enseñado y enseña: los santos nos guían a Cristo.
COMPARTIR LA VIDA DE LOS SANTOS
¿Qué es la vida sin la santidad? ¿Qué puede ofrecer la Iglesia a sus hijos sino la santidad que otorga el único Santo?
La Iglesia es la familia de los santos. Los santos, como la Iglesia, son esencia, presencia y existencia real en tiempo y lugar. La fe es convivir, compartir con los santos y gustar su vecindad, mas aún, su cohesión. Los santos son la familia de Dios donde la paternidad es verdadera y la hermandad es en verdad cierta. ¡Quien no conoce a los santos, cómo puede lograr amarlos e imitar su ejemplo ya que son nuestros compañeros-guías hacia el Salvador! ¡Quien no conoce a los santos cómo puede conocer a la Iglesia y, más aún, qué puede saber sobre ella!
(El Patriarca
de Antioquia Ignacio IV)