29
de septiembre de 2002
DOMINGO 14°DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Cristo ha resucitado. Nadie puede dudarlo porque se ha aparecido a María; después se dejó ver por los que iban a pescar; se manifestó a sus once complacientes estando sentados, a quienes envió a bautizar, y subió al cielo de donde descendió probando sus enseñanzas con muchos milagros.
(exapostolarion)
TROPARIOS
Al eterno Verbo, con el Padre y el Espíritu, al Nacido de Virgen, para nuestra salvación, alabemos, fieles, y prosternémonos; porque se complació en alzar su Cuerpo sobre la Cruz y soportó la muerte, y levantó a los muertos por su gloriosa Resurrección.
Oh Protectora de los cristianos indesairable; Mediadora, ante el Creador, irrechazable: no desprecies las súplicas de nosotros los pecadores, sino acude a auxiliarnos como bondadosa que eres ya que te invocamos con fe. Sé presta en intervenir y apresúrate con la súplica, oh Theotokos, que siempre proteges a los que te honran.
SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS
(1:21- 2:4)
Hermanos:
Es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió,
y el que nos marcó con su sello y
nos dio en arras el Espíritu en
nuestros corazones.
¡Por
mi vida!, testigo me es Dios de que, si todavía no he ido a Corinto, ha sido
por miramiento a vosotros. No es
que pretendamos dominar sobre vuestra fe, sino
que contribuimos a vuestro gozo, pues os mantenéis firmes en la fe.
En mi interior tomé la decisión de no ir otra vez con tristeza donde vosotros. Porque si yo os entristezco ¿quién podría alegrarme sino el que se ha entristecido por mi causa? Y si os escribí aquello, fue para no entristecerme a mi ida, a causa de los mismos que deberían procurarme alegría, convencido respecto de todos vosotros de que mi alegría es la alegría de todos vosotros. Efectivamente, os escribí en una gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conocierais el amor desbordante que sobre todo a vosotros os tengo.
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
(6:31-36)
Dijo el Señor: “Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Mas bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos.
“Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo.”
LA LEY DE ORO
“Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente.”
Este mandamiento llamado la “Ley de oro de la vida cristiana” nos presenta el resumen de la moralidad cristiana.
En las leyes sociales, quizás escuchemos la misma ley, mas con su rostro negativo: “todo lo que no te guste que la gente te haga, no lo hagas con los demás.” Este rostro negativo nos dibuja nítidamente la frontera entre el hombre (yo) y el prójimo (el otro): pues, las maldades que no queramos de los demás, no las hagamos; y mi libertad termina, donde comienza la libertad del otro. Sobre este principio se organizan todas las ciencias sociales contemporáneas. Es el principio que controla y regula la convivencia sin problemas.
Del otro lado, la ley, como la manda cristo: “lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente”, no pinta líneas de separación, sino descubre los puntos comunes de conexión. En la perspectiva cristiana: la vida en sociedad no es vida individual basada solo en el respeto al otro, sino vida basada en el amor al otro. Entonces, mi libertad no nadamás termina donde comienza la del otro, sino también comienza voluntariamente donde comienza el descanso, el interés del otro. Se requiere no sólo convivencia en el respeto, sino relación viva en el amor. El amor no tiene límites para convivir, sino aprovecha toda oportunidad para tomar la iniciativa sin esperar; dar sin buscar nada a cambio. Porque cuando uno quiere autorealizarse no es por apartarse de los demás, protegiéndose, buscando salvar su vida, sino por darla por los otros. Pues, dar es mucho más delicioso que recibir.
El amor que esperamos de los otros démoslo primero.
LA PROTECCIÓN DE LA VIRGEN
En tiempos de Leòn Magno, (457-474), emperador creyente
del imperio bizantino, nos refiere Máximo el Confesor, había dos príncipes:
Galbios y Cándidos, hermanos de sangre y hasta por su generosidad. Un día
surgió en estos príncipes el deseo o voluntad de peregrinar a Jerusalén para
venerar los santos lugares. Reunidos en Palestina, emprendieron el camino hacia
Galilea, para visitar Nazaret y Cafarnaún. Al llegar se alojaron en una pequeña
aldea donde, con muchos otros, moraba
una mujer virgen de avanzada edad, judía, según la ley, mas por sus obras
mujer digna y santa. Era esta anciana la encargada de la custodia del tesoro de
la santa veste de la gloriosa Madre de Cristo. Providencialmente se albergaron
en su casa los príncipes. En el interior de la vivienda descubrieron una
habitación en la que ardían unos cirios: estaba saturado de incienso aromático,
y yacían allí muchos enfermos. Con los más insistentes ruegos pidieron a la
anciana que les revelara toda la verdad. Habló, entonces, ella, desde los más
hondo del alma, llorando y con los ojos bajos, les dice como avergonzada: “A
nadie, señores, hasta hoy se les ha revelado este misterio: mis padre me lo
confiaron con juramento a mí, su única hija. El secreto se le había confiado
a una virgen, a fin de que ella, a su vez, en el momento de la muerte se lo
confiase a otra. En la actualidad le correspondió a la que estáis viendo. Esto
es lo que hasta hoy se ha venido trasmitiendo en mi familia: que una mujer
permaneciera virgen. Pero después de mi no hay ya nadie a quien poder yo, por
mi parte, dar a conocer el hecho; por lo que os voy a revelar a vosotros. Escúdame,
pues.
Se halla ahí depositada la veste de la Madre de Dios. En
efecto, se nos ha trasmitido por nuestros antepasados que la Madre de Dios, María,
en el momento de su tránsito, dejó dos vestidos suyos a dos mujeres que la
servían. Una de ellas era miembro de mi familia. Mi antecesora recibió la
veste y la depositó en un cofre, confiándola a nuestro cuidado de generación
en generación y señalando que fuese una virgen la que custodiase el tesoro. El
cofrecito se encuentra hoy en el centro de la habitación; en el está la veste
de la Virgen Madre de Dios. Tal es el origen de los milagros. He ahí, pues, el
verdadero relato del hecho, del que nadie en Israel jamás ha tenido
conocimiento.” Asombrados quedaron los príncipes al oírlo, dividido su corazón
entre el temor y la alegría.
Tiempo después, el cofre con el preciadísimo tesoro fue
llevado por los príncipes a Constantinopla, es decir Bizancio. Los hermanos no
quisieron dar a conocer el glorioso acontecimiento ni al emperador ni al
patriarca, por temor a que el rey se apropiase de tan precioso tesoro y quedasen
privados ellos de tal bien. Poseían un terreno al lado de su casa, junto al
muro que da al mar. El lugar se llamaba Blaquernas. Construyeron allí una
iglesia y colocaron en el centro el preciado tesoro. Pero no era del agrado de
nuestra santa Reina, esperanza e intercesión de los cristiano, que tal bien
quedase solo reservado a los dos príncipes. Hizo, pues, entender a los dignos
príncipes que revelasen el secreto. Se acercaron, pues, a León, emperador
creyente y servidor de Dios, y le comunicaron el hecho. Con los recursos
imperiales edificaron en aquel lugar una magnífica iglesia, (la capilla de la
santa Casa), prepararon un cofre de oro y plata, y colocaron en él tan santo
tesoro.