25 de diciembre de 2002

LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 

 

 “El Salvador ha mirado por nosotros desde  las alturas del Oriente de los orientes; nosotros, que estábamos en la oscuridad, en la sombra, hemos hallado la verdad, porque el Señor nació de la Virgen.”

 (exapostolarion)

TROPARIOS

Tropario de la Natividad (Tono 4)

“Tu Nacimiento, oh Cristo nuestro Dios, iluminó al mundo con la luz de la sabiduría, porque los que adoraban a los astros aprendieron por la estrella a adorarte, oh Sol de Justicia, conociendo que has venido de Oriente de lo alto.  ¡Señor, gloria a ti!”

Kondakion (Tono 3)

Hoy la Virgen da a luz al supersubstancial verbo; y la tierra acércale al inasequible la gruta; los ángeles con los pastores lo glorifican; los magos con la luz del astro se encaminan. Pues, por nosotros ha nacido el nuevo niño, el eterno Dios.

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GÁLATAS

(4:4-7)

Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la  ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!  De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios.

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO

(2:1-12)

Nacido Jesús en belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?  Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.”  En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.  Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo.  Ellos le dijeron: “En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel”.

Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella.  Después, enviándolos a Belén, les dijo: “Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.”  Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño.  Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.  Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.  Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.

"EL VERBO SE HIZO NIÑO, Y PUSO SU MORADA ENTRE NOSOTROS"

"¡Gran misterio de la piedad!: Dios se ha manifestado en la carne" (Tim 3:16). Estas palabras del Apóstol, testifican que el milagro de la Encarnación del Verbo sobrepasa todo entendimiento humano.  En realidad, podemos creer, pero difícilmente podremos explicar lo acontecido hace 2000 años en Belén, cuando en la Persona de Cristo se unieron dos naturalezas tan diversas y antagónicas: la Divina, inmaterial eterna e infinita y la Humana, material, limitada y débil.

Las enseñanzas Apostólicas, revelan aun más plenamente la verdad sobre la naturaleza Divina y Humana de Cristo.  Él es el Hijo Unigénito de Dios, Quien nació del Padre antes de los siglos, es decir: Él es eterno como el Padre.  El Hijo de Dios tiene la misma naturaleza Divina que el Padre y por eso es Omnipotente, Omnisciente y Omnipresente.  Él es el Creador del mundo visible e invisible y también es nuestro Creador.  En una palabra Él, siendo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es Dios verdadero, como lo profesamos en el Credo.  La fe en Jesucristo, como Hijo de Dios Encarnado, es el fundamento de nuestra fe, es la piedra sobre la cual está afirmada la Iglesia, según la palabra del Señor: "Sobre esta piedra [la fe en Mí] edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella" (Mat. 16:18).

Ahora bien, Cristo es al mismo tiempo un hombre perfecto dotado de cuerpo y alma, con todas sus cualidades, mente voluntad y sentidos. Como hombre, nació de la Virgen María; como Hijo de María, obedeció a Ella y a José; como hombre, se bautizó en el río Jordán; como hombre, sintió hambre, sed, cansancio, necesitó del sueño y el descanso y percibió el dolor y el sufrimiento físico; como hombre, vivió la vida del cuerpo y también la del alma e incremento su fuerza espiritual con ayuno y oración; tuvo sentimientos humanos: alegría ira, congoja y derramó lagrimas.  Aceptando nuestra naturaleza humana, fue semejante a nosotros, excepto en el pecado.  Y así nos mostró su obediencia a Dios Padre, corrigiendo nuestra desobediencia y enseñándonos que la voluntad Divina, está por encima de nuestros deseos.

El Hijo de Dios, El Buen Pastor viene al mundo para buscar a Su oveja perdida, el género humano perdido en el pecado.  El gran amor del Pastor por la oveja en peligro, no está sólo en el hecho de ir a buscarla con dedicación, sino que cuando la encuentra la sube a sus hombros y la lleva de regreso.  Dios, con su poder, devuelve al hombre lo que éste perdió: la inocencia, la santidad y la felicidad.  Y así, uniéndose a nuestra humana naturaleza el Hijo de Dios, según el Profeta, "toma sobre Sí nuestras iniquidades y lleva nuestros dolores" (Isaías 53).  Dios se hace hombre, en la persona de Cristo, no sólo para enseñarnos el camino ó mostrarnos un buen ejemplo; se hace hombre para unirnos a Él, a fin de unir nuestra naturaleza débil y enferma a su Divinidad; ¡se hace hombre para deificarnos!

Así, pues, el Hijo de Dios, el Verbo, se encarna tomando nuestra naturaleza humana para hacernos renacer espiritual y físicamente. “Dios se hace Hombre para hacer al hombre dios”.  La renovación de nuestra naturaleza física concluirá el día de la resurrección universal de los muertos cuando "Los justos resplandezcan como el sol en el reino de su Padre" (Mat. 13:43).

EL ICONO DE NAVIDAD

El icono nos describe, con colores, la reunión del cielo y la tierra al festejar “la llegada de la plenitud de los tiempos”.

El ángel se inclina hacia los pastores, gente humilde y marginada,  anunciándoles el suceso, mientras los magos se dirigen hacia el Rey representando la participación del oriente, de los páganos que no se habían preparado por ninguna historia profética, mientras los judíos si. Dios es el que atrae al hombre hacia Él por su mera misericordia.

 Se acercan al niño nacido un buey y un asno que, participando en esta celebración universal, nos recuerdan la profecía de Isaías: “conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne.” (Is.1:3).

La luz de la estrella que ha guiado a los magos, penetra hacia las profundidades del alborto donde la maldad mora densamente; he aquí  que el cordero sacrificado nace en las sombras de la muerte, llevándoles la luz de Vida: “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande.” (Is.9:1).

Un hombre vestido de lana, como nos lo describen unos evangelios apócrifos, está platicando con José; ha de ser el tentador (Satanás) tratando de alentar las dudas de José sobre este inefable parto: “¿Qué es este hecho, oh María, el cual veo en ti? ... En lugar de honor me has traído vergüenza; en lugar de alegría, tristeza; ...”. Mas Dios, quien no permite tentaciones que sobrepasen nuestros esfuerzos, iluminó al justo José, enseñándole la pureza de la Virgen.

He aquí que la Madre de Dios está acostada en la entrada de la gruta, rodeada con un nimbo que parece grano de trigo, ¡cómo no,  ella es la madre de la Vida! La Virgen “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lu.2:19). También, está mirando a cada uno de nosotros invitándole a que, por su parte, dé a luz a Cristo.

En medio del esplendor de este festejo sobresales, oh Señor, con tu divina quietud, y tu pesebre nos parece como una tumba: el primero lleva a la Vida para que del segundo nos brote la vida.

nos prosternamos ante tu Nacimiento, oh Cristo, muéstranos tu divina Epifanía”