16 de junio de 2002

7°. DOMINGO DE PASCUA

"DE LOS PADRES DEL 1° CONCILIO"

 

 

“Oh Dios Misericordioso, hoy, festejando el recuerdo de los divinos Padres, te pedimos que, por sus ruegos, salves a tu pueblo del perjuicio de los heréticos. Y haznos, a todos, dignos de glorificar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.” 

(Exapostolarion)


 

 

TROPARIOS

Tropario de la Resurrección (Tono 6)

Los Poderes Celestiales aparecieron sobre Tu venerable sepulcro y los guardias quedaron como muertos, y se plantó María en el sepulcro, buscando Tu Purísimo Cuerpo; sometiste al infierno sin ser tentado por él y encontraste a la Virgen dando la vida. ¡Oh Resucitado de los muertos, Señor, gloria a Ti!

Kondakion de la Ascensión(Tono 6)

      Cuando concluiste el plan de nuestra Redención uniendo a los terrestres con los celestiales, ascendiste glorioso a Tu lugar, oh Cristo nuestro Dios, aunque no Te habías desprendido de él, pues permaneciste siempre firme en él, y clamando a los que amas: “Yo estoy con vosotros y nadie estará en contra”.

 

LECTURA DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES    

(20 :16-18 ,28-36)

En aquellos días, Pablo había resuelto pasar de largo por Efeso, para no perder tiempo en Asia. Se  daba  prisa, porque quería estar, si le era posible, el día de Pentecostés en  Jerusalén.

Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso. Cuando llegaron donde él, les dijo: "Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo."

"Yo sé que,  después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás  de sí. Por tanto, vigilad y acordaos que durante tres años no he cesado de amonestaros día y noche con lágrimas a cada uno de vosotros."

"Ahora os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con todos los santificados."

"Yo de nadie codicié plata, oro o vestido. Vosotros sabéis que estas manos proveyeron a mis necesidades y a las de mis compañeros. En todo os he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a lo débiles y  que hay que tener presentes las palabras del Señor  Jesús, que dijo:  Mayor felicidad hay en dar que en recibir."

Dicho esto  se  puso  de rodillas y oró con todos ellos.

EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN        

(17:1-13)

Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: “Padre ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti.  Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado.  Esta es la vida eterna: Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.  Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.

“Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.  He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo.  Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra.  Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido que verdaderamente vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. 

“Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos.  Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. 

“Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros.  Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado.  He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.  Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada.”

LA UNIDAD EN CRISTO

 “Para que sean uno como nosotros somos uno”

En cuanto Adán cae, su primera frase es: “la mujer que me diste me dio del árbol y comí”, el mismo que antes había dicho: “ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne.” La separación es la fruta del caído.

Caín, el que mató a su hermano Abel, no escucha la voz del altísimo cuando le pregunta: “Dónde está tu hermano”, y contesta: “ ¿soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”. Separación, otra vez.

 Los hijos del hombre, como señala el libro del Génesis (11:1-9), quisieron construir una torre que llegara a los cielos para enfatizar la grandeza de sí mismos. Dios confundió sus lenguas y no lograron entenderse unos con otros y terminaron dispersándose. Separación.

Estamos en un tiempo en el que podemos entender muy bien la verdad de la separación. Porque vivimos en realidad, la verdad del individualismo. En nombre de la libertad, la persona vive cercada por el muro del Ego. Esta muralla la separa del padre, del hijo, del hermano, de los demás. Ciertamente vemos muchos intentos

y deseos de unidad entre los hombres de hoy, y esto es fruto del anhelo humano que refleja aún la imagen de Dios en nuestros corazones. Sin embargo, la lenguas se confunden más y más porque el eje central de este deseo unitario es el Ego.

 Mas Cristo pide una unidad de otra manera: “Que sean uno como nosotros somos uno.” La unidad que desea Cristo para sus discípulos y para su Iglesia es una unidad semejante a la de la Santa Trinidad: unidad en el amor. El amor no es una palabra agradable o emocional, es la cruz. El amor del Hijo al Padre es su eterno movimiento hacia Él, y se manifestó en la Cruz. Ese es el eje, como lo menciona el evangelio de hoy: “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero.” San Doroteo da un ejemplo: somos un círculo, los hombres alrededor y Dios en el centro, mientras los hombres se dirigen hacia Dios, se acercan y se unen. Esto mismo es lo que hace al Santo Serafín llamar a cada uno de los que se acercan a él: “mi alegría”, mientras un filósofo mira en el otro a: “mi infierno”.

Que bueno que hoy, Día en el cual celebramos también a los papás, escuchemos la oración del Hijo: “Oh Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros.” A fin de que nuestra filiación, paternidad, hermandad y amistad sean verdaderamente a imagen y semejanza del amor en la santa trinidad.

EL CONCILIO DE NICEA

Con la asistencia de 318 obispos Europa, África y Asia, se celebró en Nisea, a mediados del año 325 d.C, el primer concilio ecuménico de la Iglesia, convocado, ciertamente, por el emperador Constantino el Grande, y presidido, al parecer, por Eustacio , obispo de Antioquía. Destaca la presencia en este concilio de un grupo numeroso de padres que, por su fe , dieron un ejemplo vivo de vida en Cristo, como son San Nicolás de Mira, Espiridión de Trimitos, Macario de Jerusalén, y el Diácono, en ese entonces san Atanasio el Grande.

En el primer tercio del siglo IV, el pueblo cristiano se encontraba dividido y confundido por la predicación de un diácono libio, Arrio, que rechazaba la divinidad de Cristo, y enseñaba que el Señor era criatura y no creador y, por lo tanto, no era ni eterno ni consubstancial al Padre. Así mismo decía que solo en forma alegórica se le nombraba “Hijo”, “Sabiduría” y “Poder” de Dios. Después de vanos intentos de parte del patriarca de Alejandría de convencerle de su error, más tarde su doctrina fue condenada, y Arrio fue despojado de sus grados clericales por un concilio local celebrado en Alejandría en el año 321 al que asistieron 100 obispos de Egipto y Libia.

El primer concilio ecuménico reunido en la plaza central del palacio imperial en Nisea, conoció de la enseñaza de Arrio y la condenó como herética confirmando la fe establecida en el evangelio y que aún sostiene la Iglesia: Cristo es verdadero Dios. Con ello, los Padres del concilio no inventaban nada nuevo, sino que se afirmaban en la doctrina de los santos apóstoles y consolidaban sus enseñanzas: “ nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida eterna.” (1 Jn5: 20).  Sobre esta base el concilio expresó su fe en el Padre y El Hijo dictando la primera parte del Credo, o símbolo de Nisea. Por las oraciones de los Santos Padres de Nisea, Señor ten piedad de nosotros.

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