9
de junio de 2002
6o. DOMINGO DE PASCUA
“DEL
CIEGO”
“mientras nuestro Salvador
estaba andando, encontró a un hombre ciego de nacimiento; así, escupió en
tierra, hizo barro, y lo untó con él mandándolo a Siloé para que se
lavara. Y al lavarse, volvió a ver tu luz, Oh Cristo”
(Exapostolarion)
Aunque descendiste al Sepulcro, oh inmortal, destruiste el poder del hades y resucitaste como vencedor, ¡oh Cristo Dios! dijiste a las mujeres Mirróforas: "¡Regocíjense!" y a tus discípulos otorgaste la paz, ¡tú que concedes la resurrección a los caídos!
En
aquellos días: Sucedió que al ir nosotros al lugar de oración, nos vino al
encuentro una muchacha esclava poseída
de un espíritu adivino, que pronunciando oráculos producía mucho dinero a sus
amos. Nos seguía a Pablo y a
nosotros gritando: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os
anuncian un camino de salvación.” Venía
haciendo esto durante muchos días. Cansado
Pablo, se volvió y dijo al espíritu: “En nombre de Jesucristo te mando que
salgas de ella.” Y en el mismo
instante salió.
Al
ver sus amos que se les había ido su esperanza de ganancia, prendieron a Pablo
y a Silas y los arrastraron hasta el ágora, ante los magistrados; los
presentaron a los pretores y dijeron: “Estos hombres alborotan nuestra ciudad;
son judíos y predican unas
costumbres que nosotros, por ser romanos,
no podemos aceptar ni practicar.” La
gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar los vestidos
y mandaron azotarles con varas. Después
de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero
que los guardase con todo cuidado. Este, al recibir tal orden, los metió en el
calabozo interior y sujetó sus
pies en el cepo.
Hacia
la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios; los
presos les escuchaban. De repente
se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos cimientos de la cárcel se
conmovieron. Al momento quedaron
abiertas todas las puertas y se soltaron las cadenas de
todos. Despertó el
carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó la espada e iba a
matarse, creyendo que los presos habían huido.
Pero Pablo le gritó: “No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí.”
El
carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se
arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: “Señores,
¿qué tengo que hacer para salvarme?” Le
respondieron: “Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa.”
Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa.
En aquella misma hora de la
noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente
recibió el bautismo él y todos los suyos.
Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con
toda su familia por haber creído en Dios.
En aquel tiempo: al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: “Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”
Respondió Jesús: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.”
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: “Vete, lávate en la piscina de Siloé” –que quiere decir Enviado-. Él fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: “¿No es éste el que se sentaba para mendigar?” Unos decían: “Es él”. “No, decían otros, sino que es uno que se le parece.” Pero él decía: “Soy yo.” Le dijeron entonces: “¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?” Él respondió: “Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate.’ Yo fui, me lavé y vi.” Ellos le dijeron: “¿Dónde está ese?” El respondió: “No lo sé”.
Lo llevaban donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.” Algunos fariseos decían: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” Otros decían. “Pero ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?” Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: “¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?” Él respondió: “Que es un profeta.”
No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?” Sus padres respondieron: “Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene, puede hablar de sí mismo.” Sus padres decían esto por miedo a los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: “Edad tiene; preguntádselo a él.”
Le
llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: “Da
gloria a Dios.
Nosotros sabemos que ése hombre es un pecador.” Les respondió: “Si es un pecador, no lo sé. Solo sé una cosa: que era ciego y ahora veo.” Le dijeron entonces: “¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?” Él replicó: “Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?” Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: “Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es.” El hombre les respondió: “Eso es extraño. Que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.” Ellos le respondieron: “Has nacido todo entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros?” Y le echaron fuera.
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?” Él respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ese es.” Él entonces dijo: “Creo, Señor.” Y se postró ante él.
Respondió
Jesús: “Ni él pecó ni sus padres, es para que se manifiesten en él las
obras de Dios”. Y también en otro lugar dice el Señor: “Las obras
que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí” (Jn.10: 25).
¿De qué obras habla Jesús?. Los gestos de Jesús durante la curación indican
a qué obras se refiere: “escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó
con el barro los ojos del ciego”. Con la tierra dio vida, de la nada, a los
ojos del ciego, ojos que nunca habían visto, esto es, sin vida. Así en el Génesis,
Dios hizo al hombre creando la vida de la tierra.
La obra que Dios manifiesta entre los hombres es la recreación, en otra palabra, la resurrección; es por esto que la Iglesia pone este texto de san Juan en la temporada pascual. Cristo es el creador que levanta a la creación, dándole la curación, no solo material sino sanándola también de la ceguera del pecado. Cristo curó al ciego, pero después al encontrarse con él, enseñándole le dijo: “Yo soy”, y él que ahora veía, se postro ante él.
El hombre es co-creador con Cristo en su obra; su vocación de participar con Él en la recreación es misión sacerdotal: cada cristiano es sacerdote que ofrece, que eleva, lo creado material y lo transfiere al plano espiritual: “ lo tuyo de lo tuyo, lo ofrecemos...”.
Nuestras condiciones de vida no son fines sino medios: la vista, la salud, los hijos, el dinero hasta los sufrimientos y enfermedades, todos son medios para que veamos a Cristo, para que alcancemos la visión espiritual.
Nuestra enfermedad no es un castigo de Dios por el pecado cometido, como creían los judíos, sino una condición para que se manifiesten las obras de Dios; así la salud que nos otorga el Señor, la vista, puede ser cegada cuando la usamos exclusivamente para ver las cosas materiales y no para ver a Cristo: “para un juicio he venido a este mundo: para los que no ve, vean; y los que ven se vuelvan ciegos”.
Que Dios nos permita ver sus obras, y postrarnos ante Él. Amén.